À POR QUE LIMA Y NO JAUJA ?

La ciudad de Jauja, ubicada en la serranía peruana, en el departamento de Junín, fue hasta octubre de 1533 la sede oficial de la autoridad y gobierno. Sin embargo, su localización en el interior andino en medio de las quebradas de la Cordillera de los Andes no sólo dificultaba su acceso sino que, ante todo, era una desventaja estratégica a la hora de enfrentar una agresión indígena o de rechazar un sorpresivo desembarco invasor en la lejana costa.

De otro lado, se advertían ciertos cambios en la fecundidad de los animales domésticos traídos del Viejo Mundo, causados por la frialdad del clima y la altitud de 3400 msnm. Por estas razones, Pizarro optó por trasladar la capital a un lugar más asequible y agradable en la costa y lo más próximo al mar.

Antes de venir a Lima, el viejo conquistador pasó por Sangallán, localidad muy cerca a Pisco, al sur de Lima, que también pudo ser la nueva capital del Perú, idea que fue descartada al advertirse una serie de deficiencias que se manifestaron en el flamante emplazamiento. Sin pensarlo dos veces, Pizarro apuntó la definitiva ubicación de la capital en el valle del Rímac, lugar del que tenía referencias: ambiente apacible, fertilidad de sus tierras y abundancia de árboles frutales y de leña.

 

CEREMONIA DE FUNDACIîN

Según los historiadores, cuando el gobernador Pizarro entró a Lima, el Curaca Taulichusco no opuso ninguna resistencia; quien enterado ya de que el Imperio Incaico había caído bajo su yugo, se alió al conquistador y colaboró con él para que fundara la ciudad.

Luego de que el extremeño verificase las bondades y excelencias del lugar, tal como le informó la comisión enviada antes -conformada por Ruy Díaz, homónimo del Cid Campeador, Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito- procedió a fundar la Ciudad de los Reyes en la Plaza Mayor a la vera del torrente ensordecedor del río Rímac.

La ceremonia de fundación fue presenciada, entre otros, por los españoles Alonso de Riquelme, Nicolás de Ribera El Viejo, quien luego sería el primer burgomaestre de la naciente capital, Domingo de la Presa, Nicanor de Ribera El Mozo, Diego de Agüero, Francisco Vara y Gerónimo de Aliaga.

 

Escudo Nobiliario del Conquitador Francisco Pizarro

El Acta de Fundación, de autoría no definida con exactitud -por Antonio de Picado o Domingo de la Presa- constituye por su contenido y forma un hermoso documento.

Para algunos súbditos del Curaca Taulichusco, quien estaba en su litera y lucía un vestido de príncipe, la fundación fue un incomprensible espectáculo, donde la presencia de los foráneos se mezclaba con animales enormes y desconocidos, los primeros caballos.

En el centro de la Plaza Mayor, lugar del acto de fundación, se colocó la picota o madero alto, en el que se ajusticiaba a los condenados a muerte. Era la señal tangible de que la nueva población se regiría por la horca y la cuchilla.

Pizarro, quien frisaba los sesenta años en ese instante y ataviado con una vestimenta de gala y con sus armaduras, justificó en su discurso los motivos por los que escogió a Lima como capital. Invocó a la Santísima Trinidad, en ejercicio de la autoridad de su investidura como gobernador delegado del Emperador, para fundar solemnemente la nueva capital con proyección espiritual y civilizadora.

Se dice que Pizarro trazó con su misma espada el cuadrilátero de la plaza y señaló el sitio donde estarían la Casa de Gobierno, el Cabildo y la Iglesia Matriz. De igual manera repartió cada uno de los solares, la cuarta parte de una manzana con frente a dos calles, de acuerdo a la amistad y estima que tenía por sus compañeros.


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