SANTA ROSA Y LOS POBRES

osa se sentía muy complacida al ayudar y hospedar a todo género de personas pobres y enfermas en su casa, ocupándose personalmente de proporcionarles cuidados.

Si se enteraba que en casa de algún vecino había un enfermo menos asistido de lo que era necesario, se ofrecía para atenderlo pidiendo que lo dejasen a su cuidado y suplicaba a su madre que le permitiese llevarlo a casa para velar por él con mayor diligencia. Para ella no había diferencias de naciones ni origen.

Procesión de Santa Rosa
en Lima, en los alrededores
de la Plaza de Armas.

 




SACRIFICADAS PENITENCIAS

Rosa desde sus tiernos años empezó a disciplinarse. Según testifica una criada a quien fiaba sus secretos, todas las noches salían al huerto de su casa en donde la santa azotaba su cuerpo hasta moretear y herir su espalda. Por el exceso de las disciplinas fue necesario que su confesor, el Padre Maestro, fray Juan de Lorenzana, pusiese límite. Rosa con ruegos fue a pedirle licencia para flagelarse, y así lo hizo. En algunas oportunidades llegó a practicarse los cinco mil azotes de Cristo.

Recién tomado los hábitos, ciño su cintura con dos cadenas de hierro, según ella por que así se usaba en la orden de Santo Domingo. Con ella se azotaba todas las noches y si se ofrecía alguna necesidad particular que le era forzoso golpearse por el bien de algún alma, pedía licencia para hacerlo, y si estaba enferma contaba los días y después ajustaba cuentas, señalan sus biógrafos.

Alguna vez se dio tal castigo con la cadena que los de su casa creyeron que se hacía pedazos, por que los golpes eran tales y tan terribles que bien se podía imaginar la magnitud del daño que le ocasionaba.

Otra de las disciplinas impuestas por la propia Rosa daba cuenta de la imposición de una corona de espinas en su cabeza para poder imitar a Cristo. La primera que llevó fue de hojas de lata torcida a manera de soga, con unas puntillas muy agudas de la misma hoja. Después hizo una de plata del ancho de un dedo que tenía noventa puntillas muy filudas a manera de tachuelas, clavadas por la parte de afuera y las puntas para adentro, en los extremos traía unas cintas con las que apretaba o aflojaba la corona y en la parte donde la ponía ordinariamente estaba libre de cabellos para que no impidiesen el dolor, refieren sus fieles.


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